Marcha de los trabajadores/as contra la dictadura
Un día como hoy pero de 1982 se produjo una masiva marcha de trabajadores/as en varias ciudades de la Argentina que conmovió los cimientos de la dictadura militar.
Esa mañana la ciudad de Buenos Aires amaneció sitiada por las fuerzas policiales. En Córdoba capital el Tercer Cuerpo de Ejército patrulló las calles con convoyes de hasta siete vehículos. Espectáculos similares se vivieron en Mendoza, Rosario, San Miguel de Tucumán, Mar del Plata, Neuquén.
Las consignas eran “Paz, pan, trabajo” y “Luche y se van”. Los cantos más escuchados y que inundaron el país fueron “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar” y “El pueblo unido, jamás será vencido”.
Los milicos no distinguían quienes participaban de la marcha de quienes salían de sus trabajos o vivían en el centro porteño. Estaban histéricos, desbordados, incrédulos, asombrados por la multitud que los repudiaba y desafiaba.
La represión fue brutal en todo el país. Pero en Mendoza fue más sangrienta. La nutrida columna de trabajadores/as que se acercaba al Centro Cívico fue baleada por efectivos de la Gendarmería Nacional que bajaron de un vehículo oficial y dispararon a mansalva. Hubo siete heridos, uno de gravedad. Era José Benedicto Ortiz, secretario general de la Asociación Obrera Minera Argentina. Fue llevado al Hospital Central por sus compañeros pero no sobrevivió a las heridas y murió el 3 de abril.
En la ciudad de Buenos Aires fueron tres horas de corridas interminables, reagrupamiento y volver a encolumnarse para ir a Plaza de Mayo. Gases lacrimógenos y palos por doquier. Una tarde dominada por la transpiración. Esa transpiración que emana de la bronca, el miedo, los cánticos interminables que nos unían aún sin conocernos, las corridas para escapar de la represión y los tercos retornos a las avenidas que nos llevaran a la plaza donde hace muchos años se decide la historia del pueblo argentino.
Salimos encolumnados más de 100 compañeros de un edificio de Gas del Estado ubicado en Alsina y Salta. Doblamos en Santiago del Estero y en la puerta de la Lotería Nacional, los “canas” de Infantería nos cagaron a palos. Zafamos porque le siguieron pegando a otro grupo que venía 50 metros detrás.
En ese mismo momento, mi hermano caía preso en Avenida de Mayo. Se lo llevaron junto a otros laburantes en un colectivo 64. Seguimos camino intentando llegar a Plaza de Mayo. No pudimos. Piedra va, gas lacrimógeno viene, nos fueron desflecando. Al final de la tarde, nos juntamos en un bar de Entre Ríos y Cochabamba para saber quiénes estaban detenidos y si había algún herido grave. Muchos machucados y algunos detenidos. Ese día hubo cinco mil en toda la ciudad. Estábamos infectados de servicios, aparte de la policía uniformada.
Contactamos algunos abogados y fuimos con ellos a varias comisarias. A la noche nos enteramos en qué seccional estaba mi hermano. Lo fuimos a ver. Estaba en una celda con compañeros portuarios del SUPA. Al rato llegó mi vieja. Se inició una discusión entre los policías y unos familiares. Casi vamos todos presos, pero ya no tenían lugar donde meternos. A la noche hicimos un último control para asegurarnos que no faltara nadie. Algunos libres, otros “adentro” pero ubicables.
Me ardían los ojos. Todavía hoy no puedo saber si seguía el efecto de los gases o era la emoción de saber que los trabajadores/as movilizados habíamos sido parte del fin de la dictadura genocida.
Ese día sentimos que se empezaban a ir.
Un abrazo enorme al Negro Molina, Héctor, Helio, María Teresa, Víctor, Susana, Silvia, Claudio, Viviana, Juan, Tomasito, Omar y a los/as miles que participaron ese día maravilloso.
Ruben Ruiz
Secretario General